Cuando se trata de diseño, la percepción es la realidad.
La visión domina gran parte de nuestra interpretación subconsciente del mundo que nos rodea. Además de eso, las imágenes bonitas crean una mejor experiencia de usuario en parte porque percibimos que los objetos bonitos funcionan mejor. Cuando se trata de diseño, la percepción es la realidad.
Dicho esto, cuando presentamos una idea o un boceto a los clientes, sabemos que es poco probable que digan “Oh, es justo lo que buscaba”. Saber que se han puesto en marcha los procesos mencionados anteriormente, baja nuestras expectativas sobre el resultado. Ese primer encuentro entre la propuesta y la devolución, vale más que el brief, que más allá de los datos concretos sobre un producto o servicio, suma una serie de respuestas imprecisas.
Que sea simple, creíble, breve... Que despierte los sentidos de quien lo ve o lo lee. Consistente e inspirador, que te lleve a una pregunta o que te la haga, que puedas visualizarlo...
Muy pocas veces el cliente tiene claro hasta dónde se quiere llegar, de qué manera, si conviene ser emocional o racional, si el tono tiene que ser formal o cercano… Y está bien que así sea, porque para eso estamos nosotros… para guiarlos en el tono de la comunicación que mejor le haría a su marca, para asesorarlos en cuestiones de forma y estilo, para que se cuestionen como se están mostrando a su público, sea interno o externo. Acompañar al cliente en este camino requiere de paciencia. Entender que los expertos en comunicación somos nosotros y tenemos que poder mostrar el valor diferencial de una buena comunicación, que no es más que lo que tienen para decir, pero puesto en valor.
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